A ti, la dama,
la audaz melancolía..
que con un grito solitario hiendes
mis carnes ofreciéndolas al tedio.
Tú que atormentas mis noches
cuando no sé qué camino tomar,
te he pagado cien veces mi deuda.
Con las brasas del ensueño,
no me quedan más que cenizas
de una sombra de la mentira...
que tú misma
me habías obligado a oír.
Y la blanca plenitud...
que no era
como el viejo interludio.
Y si una morena de finos tobillos...
me clavó la pena...
de un pecho punzante
en el que creí.
Y que no me dejó más que
remordimiento de haber visto
la luz nacer sobre mi soledad.
"E iré a descansar,
con la cabeza entre dos palabras...
en el Valle de los Avasallados".