jueves, 24 de enero de 2013

El coloso de Marusi - Henry Miller



Es casi la misma hora del día, algunos meses más tarde, cuando escribo estas páginas. Al menos el reloj y el calendario así lo dicen. La verdad es que han transcurrido siglos de luz desde que pasé por ese estrecho pasadizo. Nunca volverá a ocurrir. Ordinariamente me entristece este pensamiento, pero ahora no.
Tengo muchos motivos de estar triste en este momento; todos los presentimientos que he tenido durante diez años se han realizado. Estamos en uno de los momentos más bajos de la historia humana. No se vislumbra en el horizonte signo alguno de esperanza. El mundo entero está envuelto en una carnicería y destila sangre.
Isla de Poros (Grecia)
Sin embargo, lo repito: No estoy triste. Inúndese el mundo en sangre; yo me aferraré a Poros. Pueden pasar millones de años, yo mismo puedo volver y volver a uno u otro planeta bajo la forma de hombre, de demonio o de arcángel (no me importa cómo, en cuál, bajo qué forma o cuándo), pero mis pies nunca abandonarán ese barco, mis ojos nunca dejarán de ver esa escena, mis amigos no desaparecerán nunca. Fue ése un momento que se perpetúa, que sobrevive a las conflagraciones mundiales, que se eterniza más que la vida de nuestro planeta la Tierra.
Si debo alcanzar esa plenitud del ser de la que hablan los budistas, si tuviera que elegir entre alcanzar el Nirvana o quedarme atrás para custodiar y guiar a los que llegan, ahora mismo digo que deseo quedarme atrás y revolotear como un buen espíritu sobre los tejados de Poros y que me sea dado poder dirigir al viajero una mirada y una sonrisa de paz y alegría.
 Veo a toda la humanidad penar aquí, esforzándose en pasar por el cuello de la botella en busca de la luz y de la belleza. Pueden venir, pueden desembarcar, pueden permanecer y descansar un rato en paz. Y en un alegre día proseguir el camino, atravesar el estrecho canal, avanzar, avanzar unas millas más hasta Epidauro, donde se halla la mismísima sede de la tranquilidad, el centro del mundo en el arte de curar.